
En los últimos años, cada vez más familias escuchan términos como M-CHAT y SRS-2 cuando se habla de autismo. A veces, estos cuestionarios se presentan como si fueran pruebas definitivas y, en situaciones preocupantes, algunos profesionales llegan a dar un diagnóstico basándose únicamente en los resultados de uno de ellos. Esto genera confusión, ansiedad y muchas dudas en los padres. Por eso es importante entender qué son realmente estas herramientas, para qué sirven y, sobre todo, qué límites tienen dentro de un proceso de evaluación.
El primer concepto clave es la diferencia entre tamizaje y evaluación diagnóstica:
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El M-CHAT-R/F es uno de los tamizajes más conocidos para riesgo de autismo en la primera infancia. Es un cuestionario que responden los padres y que está diseñado para niños pequeños, aproximadamente entre los 16 y los 30 meses de edad. Sus preguntas exploran aspectos como el contacto visual, la respuesta al nombre, el juego simbólico y otras conductas sociales tempranas. Cuando un niño obtiene un puntaje que indica riesgo, el siguiente paso es realizar una entrevista de seguimiento y, dependiendo del resultado, recomendar una evaluación diagnóstica completa. Sin embargo, el M-CHAT tiene límites claros: no es válido para niños mayores, y sus resultados nunca deben usarse como única base para decirle a una familia “su hijo es autista”.
Por otro lado, el SRS-2 (Social Responsiveness Scale, Segunda Edición) es un cuestionario que evalúa la responsividad social. Esto significa que ayuda a medir qué tan marcadas son las dificultades de un niño o adolescente en áreas como la comunicación social, la interacción con los demás, la comprensión de claves sociales y la presencia de conductas repetitivas o intereses restringidos. Tiene diferentes versiones según la edad y puede ser respondido por padres y maestros. Es una herramienta muy útil para detectar la intensidad de las dificultades sociales y para dar seguimiento a los cambios a lo largo del tiempo, pero, al igual que el M-CHAT, no es una prueba diagnóstica en sí misma. Sus resultados deben interpretarse dentro de un contexto más amplio.
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Cuando sus puntajes muestran un nivel de riesgo elevado o múltiples señales de alerta, ayudan a justificar la recomendación de una evaluación diagnóstica más completa. En ese momento, entra en juego el uso de herramientas como ADI-R y ADOS-2, la observación clínica, la historia del desarrollo y, en muchos casos, la participación de un equipo multidisciplinario. El problema surge cuando se salta esta segunda parte del proceso y se pretende que un solo cuestionario responda a todas las preguntas. Un diagnóstico de autismo no debería basarse nunca únicamente en un tamizaje, sin entrevista exhaustiva, sin observación estructurada y sin análisis clínico.
Para las familias, es importante saber que tienen derecho a preguntar qué instrumentos se están utilizando, si son apropiados para la edad de su hijo y qué tipo de información aportan. También es válido pedir que les expliquen claramente la diferencia entre “riesgo de autismo” y “diagnóstico de autismo”. Si sienten que el proceso ha sido muy rápido, que solo se usó un cuestionario o que no se profundizó en la historia del desarrollo, puede ser un buen momento para buscar una segunda opinión con un profesional o equipo especializado.
Si querés escuchar esta explicación desarrollada con más detalle, con ejemplos de situaciones reales y una descripción sencilla de cómo deberían integrarse estos instrumentos dentro de una evaluación completa, te invito a ver el video sobre M-CHAT y SRS-2 en el video de nuestro canal de YouTube. Ahí te cuento de forma clara qué puedes esperar de un proceso serio y cómo estas herramientas pueden ayudarte, sin convertirse en el único criterio para poner una etiqueta a tu hijo.