El impacto del castigo físico en el cerebro infantil va mucho más allá de una simple corrección momentánea; influye directamente en su desarrollo emocional, su capacidad de autorregulación y su bienestar a largo plazo.
La crianza no es una responsabilidad sencilla. Requiere paciencia, comprensión y contar con las herramientas adecuadas para afrontar momentos difíciles, como las rabietas o berrinches. En ocasiones, los adultos nos sentimos abrumados, confundidos e incluso frustrados ante estas conductas, sin comprender totalmente su origen o motivación.
Las rabietas son una parte normal del desarrollo infantil. En los primeros años suelen ser más frecuentes, pero de corta duración. Conforme los niños crecen, se presentan con menor frecuencia, aunque de mayor duración. Aunque no constituyen una forma asertiva de expresarse, representan intentos de comunicación: maneras en las que los niños buscan expresar sus emociones, necesidades o frustraciones.
Gracias a estudios de neuroimagen, hoy sabemos que el cerebro infantil presenta cambios físicos tras la exposición a castigos corporales. En una investigación realizada con resonancia magnética (MRI), se observó la actividad cerebral de los niños al ver rostros neutrales y temerosos. Este enfoque se basó en el modelo dimensional de la adversidad (Sheridan & McLaughlin, 2014), que distingue dos tipos de experiencias adversas: amenaza, como el abuso físico, y privación, como la negligencia o la falta de estimulación. El castigo corporal se clasifica como una forma de amenaza. Por ello, uno de los objetivos del estudio fue observar cómo los niños responden a señales ambientales que sugieren peligro, como los rostros temerosos.
Los resultados mostraron una activación significativa en regiones cerebrales vinculadas con la detección de amenazas y la regulación emocional, como la corteza prefrontal medial (relacionada con la regulación emocional y la evaluación social) y la dorsolateral (encargada de funciones ejecutivas) (Cuartas & Weissman, 2021). Un dato importante es que el patrón de activación cerebral en estos niños fue muy similar al observado en menores expuestos a formas más severas de maltrato, como el abuso físico o la violencia doméstica, lo que respalda el modelo mencionado.
Otro estudio confirmó que, aunque las nalgadas son vistas culturalmente como una forma leve de castigo, el cerebro del niño reacciona de manera similar a como lo haría ante situaciones de abuso físico o sexual. Dicho de otro modo: el cerebro no distingue el tipo de violencia ni la intención del adulto al ejercerla. La respuesta neurológica es la misma, lo que aumenta el riesgo de ansiedad, depresión, dificultades en la autorregulación emocional y problemas en las relaciones sociales (Anderson, 2021).
Ahora sabemos que el castigo físico activa un estado de alerta o amenaza en el cerebro. Si esta activación es sostenida —es decir, ocurre con frecuencia o durante períodos prolongados— los niveles de cortisol (hormona del estrés) se elevan, afectando el funcionamiento de regiones como la amígdala (procesamiento del miedo) y el hipocampo (memoria y aprendizaje). A largo plazo, estas alteraciones impactan la atención, el rendimiento académico y la conducta.
Las respuestas más comunes de los niños ante esta activación constante suelen ubicarse en dos extremos: conductas agresivas o conductas evitativas.
Por ello, es fundamental comprender que el castigo físico no enseña autorregulación emocional, sino que transmite el mensaje de que la violencia es una forma aceptable de resolver conflictos. Además, activa respuestas cerebrales que afectan negativamente la motivación, la seguridad emocional y la curiosidad natural del niño.
Frente a esto, resulta necesario reemplazar el castigo por herramientas basadas en el respeto, la empatía y la conexión emocional. Los programas de disciplina consciente, fundamentados en la neurociencia y la psicología del desarrollo, promueven el uso de consecuencias lógicas y relacionadas, en lugar de castigos punitivos.
Cambiar la mirada sobre la disciplina es un acto de valentía y conciencia. Educar desde la conexión emocional, el respeto y la empatía no significa “dejar pasar” conductas inadecuadas, sino enseñar con firmeza y amor, ofreciendo consecuencias lógicas que promuevan un aprendizaje real.
En Understanding Kids creemos que una crianza respetuosa construye bases sólidas para el desarrollo emocional. Forma niños seguros, empáticos y con herramientas para convertirse en adultos capaces de crear relaciones sanas.
Cuando educamos desde el amor, sembramos confianza, conexión y bienestar.